“Felicidad... solo fragmentos”

La felicidad es un sentimiento efímero, que se expresa con energía justamente por su discontinuidad. Los momentos felices son contradictorios ya que se viven, con frecuencia, en la intimidad. Compartir la felicidad es una experiencia poco habitual. Las relaciones humanas se construyen de momentos e intercambios. El espacio temporal es importante y nuestras experiencias personales condicionan los intercambios. Es por eso que la felicidad se manifiesta tímidamente en los espacios que nos relacionan con el otro, centrando nuestras acciones en beneficio del otro. Estos momentos son poco usuales, nos cuesta entregarnos, vivimos centrados en la individualidad y no comprendemos el sentido del intercambio.
Una actitud centrada en lo individual cierra las puertas a la felicidad que es el sentimiento que mueve al hombre, estamos en búsqueda de algo que es difícil de encontrar e inclusive difícil de asir. Sin embargo es lo único que nos moviliza. Es decir: la Felicidad es “movimiento”, nos mueve y se mueve en el interior de cada uno, proporcionándonos un estado de completud, de beatitud que nos gratifica.
Estamos hechos para el movimiento, los momentos de felicidad son de movimiento. Felices tenemos ganas de hacer, tenemos ganas de movernos hacia el objeto que nos conmueve, que nos sorprende, que nos interesa, pero una vez que lo obtenemos sentimos la pérdida. Ese objeto deseado, ese pensamiento, esa relación, esa acción nos pierde del centro y el objeto desaparece en el estado en el que nos sume, deja de ser lo que era para nosotros. Nos vacía. Así sentimos la necesidad de volver a la búsqueda que nos re-enfoque con nuestro centro. La felicidad es efímera, a temporal, no tiene tiempo, no dura, no tiene espesor, densidad, no es firme, se escurre en el mismo instante en que la poseemos, es líquida, cálida pero pierde esa cualidad rápidamente. Gracias. Gracias a eso vuelvo al ruedo, salgo a bailar para encontrar ese paso, el movimiento que me complete, sin importarme que en realidad estoy volviendo a empezar, sabiendo que en realidad soy en esos fragmentos.
El ruido es una suma de fragmentos, si lo pudiéramos percibir en sus partes, veríamos su compleja estructura de unidades y cada una en sí misma diciendo algo. Si nuestro oído fuera un microscopio que pudiera separar esos fragmentos, observaríamos la belleza de sus sentidos. Pero uno junto al otro son incomprensibles. Uno junto al otro, ni uno con el otro, ni uno dentro del otro. Es una masa que fluye, descentrada, sin finalidad. Pero a pesar de su “sinsentido” también tiene su belleza y rescatamos en él delicados patrones de movimiento. Flujos, un fluir constante que parece interminable pero nos confunde haciéndonos creer que no se mueve, estático y movil  a la vez. Ese es el fluir de los ruidos.
El sinsentido parece ser “el sentido”, representando al sonido, el vacío de algunas palabras, del color y de sus relaciones, una imagen fragmentada de acciones, la desmesura de la distancia sin puentes, una soledad inquietante y frenética. La incomunicación, la búsqueda en un mar agitado y la apertura de nuestros sentidos, transcurre en este mundo de ruido, ese ruido que convierte en desmesurado lo importante, ese discurso que se pretende definitivo pero que solo es flujo. La música (¿música?) deviene en polos que se rechazan mutuamente pero que también encuentran espacios de diálogo y encuentro. El diálogo se frustra, lo que queda “solo es ruido”. Un breve instante de quietud, de comunión, de felicidad, del agitado devenir en la distancia... solo fragmentos. Nos quedamos solos con nuestra felicidad, esa que fluye en la constante del encuentro con lo otro, pero una vez asido se nos escurre, nos interpela quitándonos lo que creíamos tener… solo fragmentos. Un fluir de espacios vacíos que intentamos colmar con ansias de plenitud y solo nos devuelve el sinsentido de lo que poseo y ya no quiero, pero anhelo. ¡¡Que va!! Solo fragmentos… pero fragmentos de felicidad. No es poco.

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